Los consumos culturales en tiempos neoliberales
Permítanme en esta ocasión ponerme un poco autorreferencial.
Ayer fui a ver Captain Marvel. Al ser un gran fan de la etapa de Kelly Sue DeConnick en los cómics, me entusiasmé al enterarme no solo del anuncio de la película, sino que ella fue consultada para el armado del guión. Llevaba meses siguiendo a Brie Larson en Instagram para ir construyendo hype cada vez que subía algo relacionado. Analicé profundamente el primer tráiler buscando referencias, pero me abstuve de ver los otros para no ir con demasiada información al cine. Seguí de cerca el drama de algunos sectores de las redes sociales criticando muy duramente la película –antes de que saliera- con argumentos moderados aunque discutibles del estilo “no me convence la actuación; no me da superheroína”, otros implícitamente machistas como “no sonríe”, y otros más abiertamente misóginos como “no tiene buen culo”. Es evidente no sólo que es molesto que el lugar protagónico lo tenga una mujer muy cercana al movimiento feminista, sino que es peor cuando el marketing se apoya fuertemente en ese discurso.
Captain Marvel’s Brie Larson reimagines superheroes to expose gendered criticism
La película se estrenó en Argentina el 7 de marzo y no el 8 -volvemos a lo del marketing- como en EEUU, porque acá las carteleras se renuevan los jueves, y no hay Disney que cambie eso. El estreno me tomó en medio de unos interesantes y exigentes cambios en mi vida (mudanza, comienzo de una nueva carrera, coro nuevo, etc.), y sufriendo el resultado de tres años de la vuelta del neoliberalismo más salvaje al país y a la región. De más está decir que me era difícil pagar una entrada para el cine, ya que hay ciertas prioridades antes, como el arroz y los zapallitos, pilares esenciales de mi alimentación.
Decidí darme por vencido, entendí que no podía darme el lujo de ir al cine en este contexto de pobreza extrema. Me dije a mí mismo que ya saldría un torrent y la vería en mi casa. Pero después comprendí que las películas en buena calidad se consiguen cuando sale a la venta el Bluray un par de meses después. No puedo esperar un par de meses, porque Avengers Endgame se estrena a fines de abril, y Captain Marvel está íntimamente relacionada a ésta, por lo que pudimos ver en Infinity War.
No hubo más opción entonces que esperar al miércoles, cuando el precio está reducido, y rezar por encontrar una función en idioma original en un horario más o menos potable.
Ese miércoles dí una clase de guitarra a la mañana, pero me sentí culpable de usar esa plata para algo tan trivial como una película, así que pedí limosna a mi madre, como tantas veces ha pasado este último tiempo. Consumismo uno, independencia cero.
Habiendo encontrado una función a las 16:45 en el Village Recoleta, me puse a estudiar la música que no había podido ni mirar en toda la semana para el ensayo del coro a las 19 hs. Salí tarde, intenté correr en Constitución, pero de nada sirvió, nunca hay que subestimar el tráfico de la Capital. Llegué veinte minutos tarde, cuando pregunto en boletería por la película, el pibe que atiende me dice “está empezando ahora”, claramente ya había empezado hace rato, así que me tuve que meter literalmente sin comerla ni beberla en medio de la guerra Kree-Scrull -¿Más de 300 pesos pochoclos y gaseosa? ¿Qué rompí? Y encima me olvidé las Pitusas-.
Ahí, finalmente sentado en esa sala de cine, comenzó a hablarme al oído el mago de la vergüenza. ¿Qué hizo de mí Marvel, Disney y la sociedad de consumo para obsesionarme tanto y convencerme de consumir todos sus productos? Hay películas mejores, libros mejores, y asuntos más importantes en discusión que si la fuerza cósmica Carol Danvers/Captain Marvel es suficiente para revertir lo que hizo Thanos con el guante del infinito.
Cada vez que voy a la casa de mis viejos, allá donde hay internet, veo reseñas de piezas de hardware que no puedo comprar, descargo podcasts para estar al tanto de las novedades de videojuegos que no puedo jugar, porque todavía no pude llevarme la pc y la PS4 a mi nueva casa, y aunque me los llevara, no tengo internet, no puedo pagar el servicio aún, así que no me los puedo piratear.
Estoy siendo usado por compañías gigantes y sin rostro para defender su estandarte, uno que no me representa, que no dice nada de mí, de lo que soy como persona, del lugar de donde vengo y las personas a las que quiero, de mis sueños y mis esperanzas para este corto paso por el mundo.
Ahí es cuando levanto la mirada y veo a Carol Danvers descubriendo una nueva verdad. Veo que no está segura de quién es, pero que sabe que tiene que seguir luchando. No se trata de pegarle a los malos solamente, es superar lo que te dijeron que podías ser. Eso es un poco más identificable en mi realidad. Porque no importa cuántas veces caigas, hay que levantarse de nuevo.
Y es que ahí redescubrí la necesidad de los consumos culturales en cualquier contexto. Porque lo que Adorno llamó industrias culturales también podríamos llamarlo simplemente arte, porque la calidad del texto artístico no puede ser definido únicamente por la capacidad económica o el interés del creador. Las obras de arte independiente en general llegan a lugares más profundos, más cercanos, porque conocemos las caras de quienes lo están haciendo, son como nosotros. Pero eso no quita, creo yo, que haya otro tipo de arte que también nos puede dar un paseo por ciertas emociones humanas que creíamos estaban dormidas, que pueda sacarnos de momentos difíciles, esté lleno de efectos especiales y haga ganar miles de millones a empresarios extranjeros sin rostros. Hay que tener la seguridad suficiente para atravesar de una orilla a la otra de las producciones artísticas para ver qué nos dejan humanamente, y no por eso nos estamos traicionando como sujetos políticos comprometidos con un tiempo y un lugar.
No sirve avergonzarse de consumir entretenimiento en tiempos de crisis. Si nos dejan algo que sea profundamente humano, no hay ningún gusto del cual privarse, sea una película, un beso, una cerveza con amigos, o un mal chiste. Vergüenza es otra cosa. Vergüenza es Lanata.
La película era mucho más larga que lo que decía en la página, así que tuve que correr para llegar nada más que cuarenta y cinco minutos tarde al ensayo. Llegué al ensayo en un momento muy avanzado, tanto que tardé una hora más para meterme realmente en la música, la cual no sabía a la perfección, pero que igual estaba intentando cantar. Tardé una hora enfrentando ese maldito sentimiento de culpa que me sigue a donde vaya contra la emoción que me generó la película. Tardé una hora, mientras pensaba en toda la gente que no puede ni sentarse a pensar estas cosas. Me sentí abrumado, aplastado por el neoliberalismo, por el arte, por pensar.
Pero si algo pude rescatar hoy, es que no importa cuántas veces uno caiga, hay que levantarse de nuevo.
Ayer fui a ver Captain Marvel. Al ser un gran fan de la etapa de Kelly Sue DeConnick en los cómics, me entusiasmé al enterarme no solo del anuncio de la película, sino que ella fue consultada para el armado del guión. Llevaba meses siguiendo a Brie Larson en Instagram para ir construyendo hype cada vez que subía algo relacionado. Analicé profundamente el primer tráiler buscando referencias, pero me abstuve de ver los otros para no ir con demasiada información al cine. Seguí de cerca el drama de algunos sectores de las redes sociales criticando muy duramente la película –antes de que saliera- con argumentos moderados aunque discutibles del estilo “no me convence la actuación; no me da superheroína”, otros implícitamente machistas como “no sonríe”, y otros más abiertamente misóginos como “no tiene buen culo”. Es evidente no sólo que es molesto que el lugar protagónico lo tenga una mujer muy cercana al movimiento feminista, sino que es peor cuando el marketing se apoya fuertemente en ese discurso.
Captain Marvel’s Brie Larson reimagines superheroes to expose gendered criticism
La película se estrenó en Argentina el 7 de marzo y no el 8 -volvemos a lo del marketing- como en EEUU, porque acá las carteleras se renuevan los jueves, y no hay Disney que cambie eso. El estreno me tomó en medio de unos interesantes y exigentes cambios en mi vida (mudanza, comienzo de una nueva carrera, coro nuevo, etc.), y sufriendo el resultado de tres años de la vuelta del neoliberalismo más salvaje al país y a la región. De más está decir que me era difícil pagar una entrada para el cine, ya que hay ciertas prioridades antes, como el arroz y los zapallitos, pilares esenciales de mi alimentación.
Decidí darme por vencido, entendí que no podía darme el lujo de ir al cine en este contexto de pobreza extrema. Me dije a mí mismo que ya saldría un torrent y la vería en mi casa. Pero después comprendí que las películas en buena calidad se consiguen cuando sale a la venta el Bluray un par de meses después. No puedo esperar un par de meses, porque Avengers Endgame se estrena a fines de abril, y Captain Marvel está íntimamente relacionada a ésta, por lo que pudimos ver en Infinity War.
No hubo más opción entonces que esperar al miércoles, cuando el precio está reducido, y rezar por encontrar una función en idioma original en un horario más o menos potable.
Ese miércoles dí una clase de guitarra a la mañana, pero me sentí culpable de usar esa plata para algo tan trivial como una película, así que pedí limosna a mi madre, como tantas veces ha pasado este último tiempo. Consumismo uno, independencia cero.
Habiendo encontrado una función a las 16:45 en el Village Recoleta, me puse a estudiar la música que no había podido ni mirar en toda la semana para el ensayo del coro a las 19 hs. Salí tarde, intenté correr en Constitución, pero de nada sirvió, nunca hay que subestimar el tráfico de la Capital. Llegué veinte minutos tarde, cuando pregunto en boletería por la película, el pibe que atiende me dice “está empezando ahora”, claramente ya había empezado hace rato, así que me tuve que meter literalmente sin comerla ni beberla en medio de la guerra Kree-Scrull -¿Más de 300 pesos pochoclos y gaseosa? ¿Qué rompí? Y encima me olvidé las Pitusas-.
Ahí, finalmente sentado en esa sala de cine, comenzó a hablarme al oído el mago de la vergüenza. ¿Qué hizo de mí Marvel, Disney y la sociedad de consumo para obsesionarme tanto y convencerme de consumir todos sus productos? Hay películas mejores, libros mejores, y asuntos más importantes en discusión que si la fuerza cósmica Carol Danvers/Captain Marvel es suficiente para revertir lo que hizo Thanos con el guante del infinito.
Cada vez que voy a la casa de mis viejos, allá donde hay internet, veo reseñas de piezas de hardware que no puedo comprar, descargo podcasts para estar al tanto de las novedades de videojuegos que no puedo jugar, porque todavía no pude llevarme la pc y la PS4 a mi nueva casa, y aunque me los llevara, no tengo internet, no puedo pagar el servicio aún, así que no me los puedo piratear.
Estoy siendo usado por compañías gigantes y sin rostro para defender su estandarte, uno que no me representa, que no dice nada de mí, de lo que soy como persona, del lugar de donde vengo y las personas a las que quiero, de mis sueños y mis esperanzas para este corto paso por el mundo.
Ahí es cuando levanto la mirada y veo a Carol Danvers descubriendo una nueva verdad. Veo que no está segura de quién es, pero que sabe que tiene que seguir luchando. No se trata de pegarle a los malos solamente, es superar lo que te dijeron que podías ser. Eso es un poco más identificable en mi realidad. Porque no importa cuántas veces caigas, hay que levantarse de nuevo.
Y es que ahí redescubrí la necesidad de los consumos culturales en cualquier contexto. Porque lo que Adorno llamó industrias culturales también podríamos llamarlo simplemente arte, porque la calidad del texto artístico no puede ser definido únicamente por la capacidad económica o el interés del creador. Las obras de arte independiente en general llegan a lugares más profundos, más cercanos, porque conocemos las caras de quienes lo están haciendo, son como nosotros. Pero eso no quita, creo yo, que haya otro tipo de arte que también nos puede dar un paseo por ciertas emociones humanas que creíamos estaban dormidas, que pueda sacarnos de momentos difíciles, esté lleno de efectos especiales y haga ganar miles de millones a empresarios extranjeros sin rostros. Hay que tener la seguridad suficiente para atravesar de una orilla a la otra de las producciones artísticas para ver qué nos dejan humanamente, y no por eso nos estamos traicionando como sujetos políticos comprometidos con un tiempo y un lugar.
No sirve avergonzarse de consumir entretenimiento en tiempos de crisis. Si nos dejan algo que sea profundamente humano, no hay ningún gusto del cual privarse, sea una película, un beso, una cerveza con amigos, o un mal chiste. Vergüenza es otra cosa. Vergüenza es Lanata.
La película era mucho más larga que lo que decía en la página, así que tuve que correr para llegar nada más que cuarenta y cinco minutos tarde al ensayo. Llegué al ensayo en un momento muy avanzado, tanto que tardé una hora más para meterme realmente en la música, la cual no sabía a la perfección, pero que igual estaba intentando cantar. Tardé una hora enfrentando ese maldito sentimiento de culpa que me sigue a donde vaya contra la emoción que me generó la película. Tardé una hora, mientras pensaba en toda la gente que no puede ni sentarse a pensar estas cosas. Me sentí abrumado, aplastado por el neoliberalismo, por el arte, por pensar.
Pero si algo pude rescatar hoy, es que no importa cuántas veces uno caiga, hay que levantarse de nuevo.
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